Cuenta la leyenda que en un tiempo ya muy lejano, surgió un claro en el tenebroso Bosque de los Cuchillos. Justo en el corazón de dicho claro se puede encontrar una misteriosa charca con una hermosa agua negra.
Este agua está destinada a mantenerse fresca y cristalina, casi pura, durante toda la eternidad, a pesar de albergar en su interior infinidad de restos de muerte y putrefacción, arrastrados a lo largo de un extenso cauce que tiene origen en las remotas Montañas de la Locura. Era por tanto una simple cuestión de tiempo que alguien, alguien especial con la suficiente visión como para entender la belleza de ese pérfido líquido, acabase encontrando dicho manantial, y comenzase su culto.
En 1987, apareció en las tiendas de discos un LP de inquietante portada, en la que se podía ver un extraño ser con cabeza de cabra y vigoroso cuerpo de luchador alzando sus brazos al cielo, no a modo de plegaria u oración, sino como muestra de desafío. Unas letras de tipología medieval y de un color rojo intenso anunciaban, en la parte superior, el nombre de la banda artífice del disco, Bathory, y en la parte inferior, el nombre del LP, “Under the Sign of the Black Mark”.
Me imagino que pocos fueron los que en su momento pudieron entender que se encontraban ante uno de esos extraños casos de hombre adelantado a su tiempo que lo iba a arriesgar todo por la simple convicción de tener que dar un salvaje salto al vacío. Tal fue la magnitud del desafío propuesto por Quorthon, líder de la banda, que en su época no fue capaz de encontrar compañeros de viaje que compartiesen su visión, dejando la formación de Bathory en un minimalista one-man-band. En aquel momento, nadie pudo seguir los pasos de Quorthon, aquello resultaba demasiado peligroso e ininteligible.
Huelga decir que el camino hacia la suprema perversión se encontraba ahí mismo, al alcance del más común de los mortales desde años ha. Sin embargo, no fue hasta que Quorthon presentó esta extraña mezcla de gruñidos, guitarras laceradas, baterías desatadas y producción low-fi (tremenda esta entrevista en la que el reportero se atreve a poner en duda la calidad del sonido) que el género oscuro por antonomasia encontró su patrón.
Observando la historia de la banda, se puede asegurar que el contenido de este tercer disco no es más que el coherente y depurado desarrollo de la virulenta y viciada oscuridad ya presente en el homónimo debut de 1984 y en su ligeramente decepcionante continuación, “The Return”.
“Under the Sign of the Black Mark” es tanto más un cúmulo atroz de sensaciones que un mero instrumento de gozo musical. Cada escucha supone por lo tanto un desafío con el que esta nueva sensibilidad termina calando en el oyente. De la forma más natural, las tétricas intros dan paso a temas extremadamente violentos (“Massacre”, “Equimanthorn” ó “Chariots of fire”) y estos, a su vez, se entremezclan con pesados medios tiempos (“Call from the Grave”, “13 Candles”), todo ello siempre tamizado con un sonido abrupto en extremo.
Poco a poco, se deja sentir el oscuro influjo de Bathory y cuando hemos llegado a escuchar las suficientes veces ese metálico y wagneriano manto que resulta ser “Enter the Eternal Fire”, no nos queda otra cosa que claudicar ante lo evidente: Quorthon por fin ha sido capaz de expresar con pasión y fidelidad el fruto de su culto nocturno, tendiéndonos una terrible trampa a los meros mortales. El Black Metal ha nacido y a nosotros, tan pequeños e insignificantes, ya solo nos queda la posibilidad de rendirle pleitesía.