“I have lost a brother and a best friend. The world has lost one of the greatest actors of all time”. Las palabras de Stevie Van Zandt me preocuparon levemente, hasta que empecé a lanzar hipótesis y me temí lo peor. James Gandolfini.
Aprensión entre titulares y fotos ya sin significado. Inmediatamente después de cerciorarme de la triste noticia, la vida empezó a sucedérseme ante los ojos. Pero no mi vida, ni siquiera la vida de Gandolfini. Aquella no era la vida de nadie… era, simplemente, Tony Soprano. Una marabunta de recuerdos, de canciones tristes, de borracheras, brutalidad, amor sin límites.
Cosas de la cultura popular supongo, los iconos pueden alcanzar estatura inmensa. Y producir influencia. Porque sí, aunque no soy un mafioso ni puedo aspirar a ciertas cosas, soy capaz de entender el peso de una familia, las miradas cómplices con la persona que quieres, la desazón de tener que lanzar a alguien importante por la borda de la vida, el absurdo de hacer frente a la propia mortalidad… ser capaz de la dulzura y la voracidad, mentir (incluso a uno mismo), aborrecer lo “legal” (aunque no hagamos de ello un modo de vida), heredar la tierra y finalmente, disfrutar de todo ello… comer, beber, follar... ya sabéis.
Con el paso de las horas el golpe seco ha tornado en dolor mudo. Mañana nada quedará. Demasiado alto, demasiado pronto. Tony Soprano no podía llegar muy lejos.
Descanse en Paz, James Gandolfini.