Hay días en los que la vida te trata mal. Uno se levanta y siente un escalofrío… miedo. Por alguna o algunas estúpidas razones, el día se acaba convirtiendo en una autentica pesadilla. Que se yo, igual te has pasado todo el día currando para acabar pillándote una mojadura en el trayecto desde el coche a casa. Quizás tu jefe te ha estado dando por el culo más de lo normal y a algún plasta insoportable se le ha ocurrido que este sería un buen momento para dar por culo. Mil razones.
Bien, pues es la hora de cerrar los ojos y perderse en otras dimensiones.
Imaginémonos un mundo de tenebrosas siluetas recortadas en el horizonte, un mundo de blues en pantanos, ciénagas de New Orleáns y cementerios visitados por morbosas mujeres a la hora de la brujería. Imaginemos clubes oscuros de sadomasoquismo extremo, llenos de dominatrices que no conocen el termino “marcha atrás” y tipos cuya única vestimenta es una mascara que a duras penas les deja respirar. Crucifijos invertidos, tronos, amores que queman, calaveras, Dioses que matan, aullidos, madreeeessss…
Un lugar encantador sin duda, el hogar del inigualable Gleen Danzig. Cantante original de los legendarios Misfits, a finales de los ochenta y tras un breve paso por la banda Samhain, decide poner en marcha su grupo definitivo para poder dar rienda suelta a todas esas locas ideas que se funden de un modo tan natural en su cabeza. Que si un poco de Elvis, que si otro poco de satanismo, la dosis justa de Black Sabbath y una buena sacudida de “gótico americano". Influencias que van desde el blues mas arrastrado hasta el hard rock mas poderoso, lo que sin duda consiguió Gleen con su grupo Danzig (¿para que complicarse con el nombre, no?) es dejar un brillante legado que incluso le ha llegado a eclipsar en los últimos años de su trayectoria.
La mayor gema de su discografía es para muchos su segundo álbum conocido como II – Lucifuge. En ella se dan la manos bluses salvajes (“I´m the one”), melancólicas baladas dignas de ser entonadas por el mismísimo Roy Orbison (“Blood And Tears”), aullidos hard rockeros que claman por la vuelta al infierno (“Long way back from hell”), lamentos amorosos y mujeres cautivadoras (“Girl”, el himno “Under her black Wings” o la maravillosa “Devil's Plaything” con esa intro tan delicada). La producción del artefacto corre a cargo de un tal Rick Rubin y este, como casi siempre, sabe sacar lo máximo del artista de turno. Destaca sobre todas las cosas esa voz tan tremenda de Danzig, pero es que el trabajo de guitarras es impresionante, slides, dulces punteos, riffs abrasivos, melodía. ¿Es esta la verdadera música del diablo?
Queda claro que cada nota de este disco huele a clásico imperecedero, imposible de aburrir, se te cala de tal manera que cualquier día mierdoso puede acabar convirtiéndose en una fantasía gótica de mujeres exuberantes y gritos diabólicos. Hay que tener este disco.
Bien, pues es la hora de cerrar los ojos y perderse en otras dimensiones.
Imaginémonos un mundo de tenebrosas siluetas recortadas en el horizonte, un mundo de blues en pantanos, ciénagas de New Orleáns y cementerios visitados por morbosas mujeres a la hora de la brujería. Imaginemos clubes oscuros de sadomasoquismo extremo, llenos de dominatrices que no conocen el termino “marcha atrás” y tipos cuya única vestimenta es una mascara que a duras penas les deja respirar. Crucifijos invertidos, tronos, amores que queman, calaveras, Dioses que matan, aullidos, madreeeessss…
Un lugar encantador sin duda, el hogar del inigualable Gleen Danzig. Cantante original de los legendarios Misfits, a finales de los ochenta y tras un breve paso por la banda Samhain, decide poner en marcha su grupo definitivo para poder dar rienda suelta a todas esas locas ideas que se funden de un modo tan natural en su cabeza. Que si un poco de Elvis, que si otro poco de satanismo, la dosis justa de Black Sabbath y una buena sacudida de “gótico americano". Influencias que van desde el blues mas arrastrado hasta el hard rock mas poderoso, lo que sin duda consiguió Gleen con su grupo Danzig (¿para que complicarse con el nombre, no?) es dejar un brillante legado que incluso le ha llegado a eclipsar en los últimos años de su trayectoria.
La mayor gema de su discografía es para muchos su segundo álbum conocido como II – Lucifuge. En ella se dan la manos bluses salvajes (“I´m the one”), melancólicas baladas dignas de ser entonadas por el mismísimo Roy Orbison (“Blood And Tears”), aullidos hard rockeros que claman por la vuelta al infierno (“Long way back from hell”), lamentos amorosos y mujeres cautivadoras (“Girl”, el himno “Under her black Wings” o la maravillosa “Devil's Plaything” con esa intro tan delicada). La producción del artefacto corre a cargo de un tal Rick Rubin y este, como casi siempre, sabe sacar lo máximo del artista de turno. Destaca sobre todas las cosas esa voz tan tremenda de Danzig, pero es que el trabajo de guitarras es impresionante, slides, dulces punteos, riffs abrasivos, melodía. ¿Es esta la verdadera música del diablo?
Queda claro que cada nota de este disco huele a clásico imperecedero, imposible de aburrir, se te cala de tal manera que cualquier día mierdoso puede acabar convirtiéndose en una fantasía gótica de mujeres exuberantes y gritos diabólicos. Hay que tener este disco.
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