David Bowie es uno de los músicos de cabecera de mi padre. Quizás sea por ello que cuando le escucho, además de disfrutar de la música, es fácil que me asalte algún recuerdo de mi familia y de mi niñez. En suma, una bonita experiencia.
Esta semana he metido en el coche “Diamond Dogs”, un álbum que Bowie presentaba en 1974, época en la que el artista trataba de encontrar nuevas caminos por los que transitar, intentando alejarse de la alargada sombra del glam con el que tantos réditos había obtenido. Años mas tarde, con la serie de discos que conforman su época berlinesa, Bowie se pondría a la cabeza de la vanguardia musical. Sin embargo, en este punto el artista se quedaba un poco en tierra de nadie, no consiguiendo presentar excesivas novedades en su sonido.
Más allá de estas consideraciones, estamos ante un buen disco sin duda alguna, con temas de gran estatura como son “Sweet Thing”, la famosa “Rebel Rebel”, la sorprendentemente discotequera “1984” o mi preferida, “We are the Dead”.
Es importante destacar que de nuevo Bowie presenta un conjunto de letras oscuras, que dibujan una visión tenebrosa de un mundo futurista, pero con la particularidad de encontrarse fuertemente influenciadas por el libro “1984” de George Orwell. Hace muchos años yo también leí esa novela, cuando todavía era posible asociar el concepto de “Gran Hermano” a algo mas que bazofia televisiva.
Hablar a día de hoy acerca de David Bowie, es hacerlo de un artista retirado que, a falta de nuevas noticias, parece haber puesto punto y final a su carrera rodeado de misterio y continuos rumores. Un genio hasta para la jubilación.
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